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Mercurio presente

  • La Revista (El Universo) / Paula Tagle
  • 10 dic 2018
  • 3 Min. de lectura

Existen muchos científicos jóvenes en el mundo, dedicados a aumentar nuestro conocimiento sobre los fenómenos de este planeta; gracias a su contribución entendemos lo que tenemos, y lastimosamente también lo que vamos perdiendo. Me ha fascinado conocer a Laia Muñoz y Francisco Rubianes, investigadores de la Universidad San Francisco de Quito y profesores de la Universidad de la Península de Santa Elena. Ambos son biólogos y ecólogos marinos, y por los últimos cinco años se han dedicado a investigar el atún de aleta amarilla.

Gracias a su conferencia conozco la situación de una de las especies más subestimadas del océano, a la que alcanzamos a percibir únicamente como comida, sin entender que es un depredador importante que desafortunadamente consta en la lista de especies casi amenazadas desde 2011.

Tenemos la errónea concepción de que el océano es gigantesco, porque cubre el 75% del globo terrestre; pero si lo encapsulamos en una esfera, considerando el volumen total de agua en la Tierra, esta no tendría más que 1.385 kilómetros de diámetro, cuando el diámetro del planeta es 12.742 kilómetros. Escucho de Laia y Francisco que existe más agua en Europa y Titán, satélites de Júpiter y Saturno respectivamente, que en nuestra tierra.

Es decir, no poseemos tanto océano como pareciera, ni tantos peces. Se cree que en 1900 había seis veces más que en la actualidad, y se estima que las pesquerías podrían estar colapsando a nivel global antes del año 2050 (Worm et al, 2006). Esto ocurre por la pesca directa, pero también por la incidental y por los efectos negativos de la polución y el plástico en la salud de los animales y su reproducción.

El atún es un animal fantástico, con la rara característica de ser un pez de sangre caliente. Laia y Francisco se embarcan en fibras de pesca, y en la convivencia con los pescadores durante largos días en la mar, aprenden también sobre sus vidas y entorno familiar.

Resulta que Ecuador es el octavo productor de atún de aleta amarilla en el mundo, y este negocio representa el segundo rubro de ingreso para los habitantes de mi país.

Son 55.000 barcos, entre artesanales e industriales, los que conforman la flota pesquera del Ecuador, con 59.000 pescadores artesanales, según datos del último censo.

No es sencillo plantear el reto radical de proteger una especie que trae comida a la mesa de tantos ecuatorianos. Para contar con argumentos y propuestas, es necesaria una investigación minuciosa.

Me impacta el dato de Laia y Francisco, luego de analizar cuatrocientos especímenes, de que el atún nuestro presenta hasta seis veces más cantidad de mercurio que la permitida para consumo humano. Ellos, que colectan muestras desde Baja California (México) hasta Perú, no entienden por qué el Ecuador tendría una concentración tan alta. En todo caso sabemos que nuestro país no cuenta con regulaciones de salud para el consumo de especies de mar, como existe en otros.

Laia y Francisco conversan con los pescadores y escuchan sus historias; así conocen casos de parientes que han muerto de cáncer, y van relacionando eventos. De vez en cuando obtienen el cabello de un pescador para su análisis.

No se trata de entrar en pánico, pero sí de tomar conciencia y de apoyar la investigación, para entender problemas y plantear soluciones.

Lo que vertemos en el mar regresa a nosotros, debemos entenderlo de una vez por todas.


 
 
 

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