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Homenaje para 'embajadores' de Galápagos

  • La Revista (El Universo) / Paula Tagle
  • 18 feb 2019
  • 3 Min. de lectura

Don Nelson Navarrete llegó a Galápagos (Santa Cruz) en 1979

Escrito por Paula Tagle

Galápagos perdió, a finales de enero, a dos seres humanos que dejaron huella en muchos de sus habitantes y en miles de sus visitantes. Un hombre y una mujer, de distintos orígenes y ocupaciones, que dieron lo mejor de ellos mismos a estas islas.

Evelina Correa Arteta ya tenía su finca (junto con su esposo, Eduardo) cuando llegué a Galápagos en 1992: Narval. Preparaba una salsa de ají deliciosa, como toda su comida, y era la mejor anfitriona para nuestros huéspedes.

Evelina creció viajando por el mundo, como hija de diplomáticos. Tenía una risa cálida y contagiosa que encantaba a los visitantes. En Quito había manejado un negocio de diseño de jardines, que era su pasión, amaba especialmente las gardenias, y desde que llegara a Narval a principios de los ochenta, lo llenó de plantas y colores.

A don Nelson Sierra Navarrete lo conocí el mismo año, como chofer de transporte de pasajeros. En aquella época solo existían pocas busetas avejentadas. La carretera no estaba asfaltada, eran caminos de granillo rojo, y don Nelson nos dejaba viajar en el techo de su bus. Cada semana, durante mis veinticinco años de trabajo, él condujo a nuestros huéspedes. Siempre puntual, educado, dispuesto a dar el mejor servicio.

Nelson llegó a Galápagos en 1979 a trabajar en el sector conocido como Salasaca, en la parte alta de Santa Cruz. Venía del norte de Quito, junto a otros cuatro jóvenes. Pero se “enseñó”, porque como él mismo me dijera, era un hombre de chacra. Uno de sus amigos, en cambio, se subía cada día a un cerro a llorar, porque al estar rodeado de mar se sentía encerrado. Nelson trabajaba en el campo, mientras asistía al primer curso para choferes de Puerto Ayora, que entonces duraba dos años, a pesar de que lo único que había manejado hasta entonces era un tractor.

A los pocos meses de licenciarse como chofer, compró su propio bus. “Me costó cinco millones. Galápagos era muy bonito entonces, las familias se conocían y se ayudaban y se hacían fiestas lindas”.

Ese era don Nelson. Sus compañeros lo recuerdan como responsable, humilde, gran padre y colaborador. Era el presidente de la primera cooperativa de transportes de Santa Cruz hasta el momento de su partida, de la que formaba parte desde 1991.

El recuerdo que me queda de Evelina es de hace pocos meses. La visitamos una noche en su finca, y tanto ella como su esposo, Eduardo, nos recibieron con el cariño y hospitalidad de siempre. Íbamos con pizzas y sería una reunión informal de amigos. Pero Evelina, en lo gran anfitriona que era, nos tenía la mesa perfectamente puesta y hasta con flores.

Ella y Eduardo estaban emocionados porque hospedaban un pequeño visitante en su cocina. Los hermanos lo habían empujado del nido en dos ocasiones, así que “los Evelinos” le habían dado refugio en una cajita de cartón. Fue una velada mágica, conociendo al pichón de lechuza de campanario, viendo el cariño con que Evelina lo alimentaba y presenciando cómo el adulto les traía de tanto en tanto ratones a sus polluelos que aún chillaban desde el nido, justo sobre nuestras cabezas. Con aquel encanto que creaba a su alrededor la recordaré siempre, y en cada lechuza.

Evelina y don Nelson trabajaron más de treinta años en turismo. Ambos con vidas sencillas, creando sus propios paraíso-refugios: Evelina, en las montañas; don Nelson, cercano al mar. Fueron grandes embajadores de Galápagos. Con esta nota les rindo homenaje.


 
 
 

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